Arqueología subacuática: Algo más que biodiversidad bajo las aguas

Por Rafael Castán Andolz

La relación del hombre con el medio acuático es indiscutible. De hecho, sabemos que antes de la llegada de la agricultura, el hombre ya se había echado a navegar, ya fuera de forma fluvial o marítima. Construyó embarcaciones, por rudimentarias que éstas fueran (1), antes que casas. Se estima que hace unos 40.000 años el continente australiano fue poblado por grupos de personas que habían llegado hasta él navegando, más allá de si el destino de estos periplos fue proyectado de forma consciente o simplemente como resultado de una navegación de fortuna (2). En torno a los 11.000 años los viajes entre la Grecia continental y la isla de Melos eran habituales para recoger obsidiana (3) y hace unos 8.000 años la isla de Chipre fue colonizada.

Todos estos hitos históricos no hubieran sido posibles sin el dominio de una técnica náutica más o menos desarrollada y sin la capacidad de orientarse en el mar, aunque antes de la navegación astronómica (4), en torno al año 1.000 antes de nuestra era, esa orientación no capacitaba a los navegantes para elegir un destino, sino, tan sólo, para poder ubicar la tierra más próxima.

Poco a poco la arquitectura naval fue evolucionando con tipos de casco más seguros, con quillas y orzas, con diferentes tipos de velamen que permitían, incluso, navegar con vientos contrarios, con timones que hacían posible un
gobierno de la nave en situaciones adversas, y con estos adelantos, también hubo una mejora en las técnicas de navegación y las embarcaciones contaron, paulatinamente, con un instrumental que hacía más seguro ese aventurarse en el mar. Todo ello dio un nuevo impulso a los movimiento migratorios en determinadas épocas, como ocurrió con el fenómeno de la colonización griega; también, a partir de entonces, el mar era una autopista surcada por vientos, cuyo conocimiento hacía posible el poder dirigirse hacia unas partes u otras dependiendo del soplo de los mismos en determinadas épocas del año, una vía abierta para nuevas conquistas militares o para nuevas empresas comerciales. No es gratuito que todo el Mediterráneo se viera jalonado por una serie de emporios de origen fenicio que facilitaban un comercio, y por ende un desarrollo económico, que hizo de las civilizaciones situadas en sus costas los verdaderos dominadores durante siglos del mundo occidental.

Pese a todo, como es normal, cualquier viaje por mar no dejaba de ser una aventura incierta. Las posibilidades de perderse en alta mar o de sufrir un naufragio eran bastante plausibles por numerosos motivos, tormentas, cambios de vientos, incapacidad de hacer frente a un temporal por el tipo de velas o de casco, según épocas, etc.

Algunos estudiosos estiman que, sólo en las aguas del Mediterráneo, puede haber en torno a tres millones de pecios (5). Cuando esto ocurría, la recuperación de la carga era misión imposible hasta bien entrada la era contemporánea, si exceptuamos el cuerpo de urinatores del ejército romano (6). Buceadores han existido siempre, desde el comienzo de la humanidad en todas sus civilizaciones, pero no fue hasta estos urinatores romanos, que hemos comentado, que la finalidad de las inmersiones no era la pesca de esponjas, o la búsqueda de perlas, sino la recuperación concreta de elementos perdidos durante algún naufragio. Como es fácil de imaginar, con unas inmersiones sin apenas elemento que facilitara la respiración bajo el agua, éstas sólo podían hacerse cuando el lugar donde realizar la búsqueda era conocido con exactitud. Esto es lo mismo que afirmar que los lugares a los que se podía acceder eran muy limitados, pues salvo que se viera el hundimiento de una nave en cuestión era prácticamente imposible su ubicación, por una parte, y por la otra, los restos del naufragio debían de estar a una profundidad accesible para un buzo a pulmón o con la ayuda de un odre inflado como única ayuda para respirar.

Hasta los años 40 del siglo XX los fondos marinos eran prácticamente insondables. Es cierto que inmersiones con una escafandra a la que se conectaba una narguilé (7) ya se conocían desde el siglo XVII. En la obra Arte para fabricar, fortificar y aparejar naos de guerra y mercante, de Thomé Cano y editada en 1611, se indica en varios fragmentos que en toda nao debería figurar, entre su triión un buzo, quien: «mediante su resuello va abajo y recorre por debajo del agua todo el galeón», y que tendría también la función de estar, en caso de batalla, en la parte más baja de la embarcación taponando los agujeros realizados por la balística.

Como se puede apreciar, ya iniciado el siglo XVII, aún se depende de la capacidad pulmonar del buzo en cuestión. Será ya en 1623 cuando aparezca el Manuscrito Ledesma (8), obra compuesta en dos partes, la primera de las cuales hace referencia a la pesca de ostras, pero la segunda trata de como descender hasta el fondo del mar para recuperar objetos, plata o incluso galeones hundidos, indicando la manera de obrar y los artilugios a utilizar para tal cometido, así como la toma de aire. Según este tratado se podría descender hasta casi los 50 m. de profundidad y durante un tiempo aproximado de entre tres o cuatro horas mediante un sistema de narguilé, como ilustra su lámina nº 6. Esta cuestión era de suma importancia en esos tiempos, ya que el tráfico marítimo entre España y América se había intensificado sobremanera a partir del S. XVI y era preciso poder recuperar la plata y objetos de valor transportados en las embarcaciones que se hubieran ido a pique.

Hubo más intentos de lograr sumergirse en las aguas para la recuperación de objetos hundidos. A finales del S. XVIII se diseñó y se llegó a poner en práctica una máquina que, en teoría, permitía trabajar bajo el agua “sin límite de tiempo”. Más allá de las disputas por saber quién fue el inventor de la misma, Pedro Ángel de Albizu (9) o Manuel Sánchez de la Campa (10), buzo mayor de la Real Armada, la máquina llegó a ser probada en diciembre de 1801 con informe desfavorable por parte de los técnicos de la Real Armada, pero con la venia de intentar ser mejorada. Fuera como fuese quedó patente la posibilidad real de respirar debajo del agua mediante el sistema de narguilé, aunque no de forma ilimitada, ya que el dióxido de carbono lo hace tóxico, por la falta de regeneración de oxígeno, transcurrido cierto tiempo.

Desde entonces, los intentos del hombre por llegar a las profundidades han sido continuos con mayor o menor éxito, pero no fue hasta el año 1943 cuando el todavía militar Jacques-Yves Cousteau, junto con el ingeniero Emile Gagnan, y Frédéric Dumas sacan a la luz el primer equipo de buceo autónomo. Se llamó Acqua Lung (pulmón acuático). Básicamente se trata de un regulador que proporciona aire a presión ambiente al submarinista.

Jacques-Yves Cosuteau, en una imagen de archivo con su “Acqua Lung”. 1965

Gracias a este equipo autónomo de buceo, la marina francesa pudo prospectar y excavar de forma sistemática, recién terminada la guerra, el pecio de Mahdia, un barco griego del S. I a. n. e. frente a las costa oriental de Túnez, que transportaba diversas obras de arte, en lo fue la primera expedición subacuática de la historia.

Pero la repercusión de este invento ideado por Costeau y Gagnan fue de un impacto mucho mayor. A partir de éste, las inmersiones en el mar dejaron de ser patrimonio de unos pocos, como científicos, pescadores u operarios de diversa índole, para universalizarse llegando a una gran masa de población con fines meramente lúdicos. En 1955 nace en Estados Unidos la primera organización que regula la consecución de licencias para esta práctica, YMCA, en 1956 ACUC imparte cursos de submarinismo; DAN aparecerá en 1980. Gracias a esta vertiginosa carrera, a partir de la década del 70 del siglo pasado, la práctica se generaliza de una forma arrolladora, lo que trajo consigo una visualización de todo aquello que el fondo marino atesoraba hasta cierta profundidad. Los yacimientos arqueológicos no fueron una excepción.

Con el aumento de buceadores en las costas de todo el mundo se han multiplicado el número de ojos que escrutan el fondo marino. Los hallazgos de patrimonio sumergido no se han hecho esperar. Hasta este boom las fuentes de un arqueólogo, a parte de la investigación archivística, eran los pescadores con redes y los buzos que se dedicaban a la recolección de esponjas. Ahora lo son también los buceadores recreativos.

Así pues, en arqueología, tanto tradicional como subacuática, contamos con dos tipos de yacimientos. Por un lado tenemos el yacimiento producto de una prospección sistemática en algún lugar donde podamos imaginar idóneo por cualquier fuente: histórica, archivística, fuentes originales, etc., y por otro lado tenemos los yacimientos descubiertos por un hallazgo casual, producto de la fortuna.

Muchos buceadores se han encontrado en alguna ocasión con un resto cerámico bajo el mar y no pocos, al no saber cómo actuar en un caso así, no ha podido vencer la tentación de llevárselo consigo, en la mayoría de las ocasiones por desconocimiento. Por eso es muy importante una educación sobre el patrimonio sumergido, porque, como dijo Leonardo da Vinci, sólo se ama lo que se conoce. Entre los submarinistas recreativos hay una máxima que siempre se repite en todos los centros de buceo: “Si no sabes lo que es, no lo toques”. Esta frase hace referencia a la flora y fauna que se pueda encontrar en una inmersión, sobre todo por cuestiones de seguridad propia, no vaya a ser que algún temerario vaya a introducir un dedo en la boca de una morena. Pero esta frase habría que hacerla extensiva al patrimonio sumergido también, ya que el daño que se puede hacer puede ser considerable, y no sólo en cuestiones referentes al espolio, protegido por ley (14), sino también porque mover de lugar cualquier pieza de un pecio supone descontextualizarlo, es decir, los restos de un naufragio de época romana, por ejemplo, no sólo nos aportan material, sino información esencial. En un pecio de época antigua, lo más seguro es que no quede resto alguno de la embarcación, ya que con el paso de los siglos el maderamen del barco se ha desintegrado, principalmente por la acción del teredos (15), pero los restos que se puedan conservar nos van a aportar datos básicos sobre la procedencia del barco, época histórica, sobre si se trataba de una embarcación oneraria (16) o militar, saber si lo hallado pertenece a la carga de la nave o se trata, más bien, de los enseres personales de la tripulación. Pero para todo ello es preciso que el yacimiento no este descontextualizado ni expoliado, para poder documentar cada pieza en el lugar donde se ha encontrado, lo que ayudará a saber que parte del cargamento del barco iba a proa a popa, los sistemas de estiba, etc.

Por lo tanto, la actuación correcta ante un hallazgo arqueológico casual sería no tocar nada y dar a conocer la ubicación del mismo a las autoridades pertinentes para la protección del patrimonio sumergido o alguna asociación arqueológica para su conservación y estudio por parte de arqueólogos subacuáticos.

También es importante conocer qué entornos son aquéllos que deben ser estudiados por arqueólogos especializados en el medio subacuático, ya que éstos no se limitan exclusivamente a los barcos hundidos. Con las fluctuaciones del nivel del mar en diferentes momentos históricos nos encontramos yacimientos, tales como puertos y diversas infraestructuras, que un momento dado estuvieran en tierra y que ahora se encuentran en el fondo acuático, así como zonas que en algún momento estuvieron sumergidas y hoy en día están en tierra, ya sea en la proximidad de la costa o de las riveras fluviales o lacustres. Estas zonas y la relación de las mismas con el desarrollo humano a través de los siglos, ya sea por cuestiones migratorias, económicas, pesquera o comercio, también serían campo de estudio de la arqueología subacuática.

Cuadrícula utilizada para dividir un campo de trabajo arqueológico.
Foto SONARS (Manel Fumás)

1. Las primeras embarcaciones eran monóxilas, es decir, construidas con un solo tronco de madera que se horadaba y en cuto hueco viajaban los navegantes; también podían ser simples troncos sobre los que montar a horcajadas.
2. Muchas migraciones eran el producto de un viaje a un lugar mejor que habitar, pero no tenían un destino fijo. La incapacidad para orientarse en
aquellos tiempos hacía que fuera la fortuna la que escogiera el punto de destino.
3. Tipo de roca volcánica que al no tener estructura cristalina no puede ser considerado mineral. Sería por tanto un vidrio volcánico natural. Puede ser
negro, grisáceo o incluso durado. Por sus propiedades ha sido utilizado para la fabricación de herramientas y joyas.

4. La navegación astronómica consiste en orientarse a través de los astros, por lo tanto era nocturna, pero no tuvo lugar hasta, aproximadamente, el
año 1000 a.n.e.
5. Se entiende por pecio a toda nave, o fragmento de ella, que haya naufragado, así como a la carga y enseres transportados.

6. Cuerpo de buceadores del ejército romano desde época republicana con la finalidad de rescatar lo posible de un naufragio. (Aparecen citados por
primera vez por Tito Livio en Ab Urbe Condita, VIII 44, 10)

7. La narguilé es un sistema mediante el cual se proporciona aire directamente a la escafandra estanca de un buzo mediante un cable conectado a un compresor.
8. Pedro de Ledesma fue secretario del Consejo de Indias, primero, con Felipe III y más tarde con Felipe IV. Es el autor de la obra titulada: Pesquería de perlas y salvamento de galeones hundidos en Indias, más conocido como el Manuscrito de Ledesma.
9. A Pedro Ángel de Albizu (arquitecto mayor de Cádiz) se le otorgó una Real Cédula de S. M. concediendo privilegio para usar en los puertos del reino una máquina de bucear que ha inventado, 29 de enero de 1793. AMN-Ms. 834/ doc. 5

10. A Don Manuel Sánchez de la Campa (buzo mayor de la Real Armada) se le otorgó una Real Cédula de S. M. concediendo privilegio para usar en los
puertos de España una máquina hidráulica de su invención. Privilegio dado anteriormente a Albizu (véase n. 8)
11. Lamina 6 del Manuscrito de Ledesma: “Otro modo de buscar cualquiera nao o galeón perdido en parte donde hay peñas y fondo desigual alto y bajo
y arrecifes que pueden estorbar el de la cadena”. Pedro de Ledesma, 1623. Museo Naval, Madrid.
12. Plan de máquina hidráulica para trabajos en el agua ideada por Burlet Zeres. Archivo General de la Marina Álvaro de Baztán. Ciudad Real PB-138 13. Fuente https://www.diariodecadiz.es/ocio/Naufragio-Bou-Ferrer-Gades-pecio-Visitable_0_1344766042.html

14. Unesco Convención de 2001 para la protección y salvaguarda del patrimonio cultural sumergido y en España ley del patrimonio de 1985; además están las legislaciones autonómicas y el plan nacional para la protección del patrimonio cultural subacuático (2007)
15. Son conocidos como gusanos de la madera (shipworms en inglés). Se trata de un grupo de moluscos bivalvos marinos de anatomía atípica que se
alimentan con la madera sumergida.
16. Nomenclatura con el que se designaba en Roma a los barcos mercantes. Solían contar también con cierto tipo de defensas, siendo algunas de ellas
una mezcla entre nave de mercancía y de guerra.
17. Fuente http://perabian2.blogspot.com
18. Fuente: Arqua, Museo Nacional Arqueologia Subacuatica, Cartagena, España museonacional#cartagena#arqua

Rafael Castán Andolz
SONARS, Asociación Nal. Arqueología Subacuática

Arqueólogo subacuático de SONARS (Asociación Nacional de Arqueología Subacuática)
Doctorando en Navegación en el Mundo Antiguo (UCM),
ORCID Núm. 0000-0002-8709-4868
Correo electrónico: sonarsasociacion@gmail.com y rafaelcastan@yahoo.es

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